jueves, 10 de enero de 2013

Resistencia, como Identidad de los Excluidos

XIII CONGRESO CENTROAMÉRICANO DE SOCIOLOGÍA
“ESTADO, SOCIEDAD Y CAMBIO SOCIAL EN CENTROAMÉRICA

ASOCIACIÓN CENTROAMERICANA DE SOCIOLOGÍA
ACAS 2012

Universidad Nacional Autónoma de Honduras,
Centro Universitario Regional Del Litoral Atlántico CURLA

Facultad de Ciencias Sociales

Nombre y Apellido: Luis Manuel Martínez

 
Resistencia, como identidad de los excluidos

Introducción

A lo largo del siglo XX y parte del XXI ha existido en Honduras un abierto debate en cuanto a la configuración o no de una identidad nacional representativa que distinga las y los hondureños del resto de nacionalidades. De hecho el debate ha desbordado el campo de la Historiografía trasladándose hacia la sociología y la Politología, en donde teóricos en estas ciencias han generado diversas tesis que van desde la falta de elementos cohesionadores que relacionan a las y los hondureños hasta la ausencia de la construcción de un verdadero Estado Nación.

Estas y otras discusiones en estos y otros campos del conocimiento tomaron mayor auge a partir del 28 de junio de 2009 fecha que constituye un hito que probablemente parte en dos la historia moderna de Honduras, tanto así que desde 1954 con la Gran Huelga General ningún otro evento social, económico o político habían podido establecer niveles de conflictividad tan elevados; no obstante, dicha conflictividad no ha sido totalmente analizada en cuanto a su potencial constructivo de producir un sujeto social que trascienda lo coyuntural y se situé en un punto de partida para la posible configuración de un elemento identitario de mayor envergadura.

Dada la importancia de este acontecimiento y los antecedentes históricos que engloban el proceso de desarrollo sociopolítico, económico y cultural del país, se vuelve necesario entablar las bases para un análisis más profundo sobre las implicaciones en estos ámbitos que conllevan este evento. De esta manera el presente estudio tiene como objetivo: Analizar el contexto histórico y social hondureño en el que emerge y se desarrolla la identidad general de resistencia y de que manera esta sirve como eje de articulación entre las diversas identidades particulares a partir del golpe de Estado de 2009.

Los resultados presentados a continuación son productos de un estudio cualitativo iniciado en el marco de una investigación documental para el Instituto Universitario en Democracia Paz y Seguridad IUDPAS y profundizado a título personal por el investigador Luis Martínez Estada. Las técnicas utilizadas para esta tarea fueron: revisión documental, entrevista con informante clave y observación tanto participante como no participante en diversos espacios de interacción en sectores directamente vinculados al proceso de resistencia. Este proceso investigativo inicia en el segundo semestre de 2010 y concluye en agosto de 2011. 

Soporte teórico

Analizar la temática relacionada a la construcción de la identidad resulta complejo, ya que el término de identidad posee pues, múltiples significados.  Por esta razón puede ser aplicado al estudio de problemas específicos en diferentes disciplinas científicas tales como la lógica, la filosofía, la psicología, la lingüística,  y la sociología así como la historia. Para llevar a cabo este proceso de análisis fue necesario un enfoque epistemológico multidisciplinario partiendo de la historia, la sociología y la psicología de donde se utilizaron aportes teóricos variados que conllevaron a un análisis eclético y poco utilizado en las ciencias sociales de este país.

Inicialmente se retoman los aportes de J. Habermas en el ámbito sociológico, partiendo de la tesis de este autor de que:    

      «En la historiografía, una ruptura en la tradición, por la cual los sistemas interpretativos que garantizan pierden su poder social integrativo, sirve como un indicador del colapso de los sistemas. Desde esta perspectiva, un sistema social ha perdido su identidad tan pronto como generaciones posteriores no aceptan reconocerse a sí mismas dentro de una tradición constitutiva única (Habermas 1974: pp. 48). »

De este modo se parte de la hipótesis de que la ruptura del orden constitucional de 2009 significó no solamente el quebrantamiento de un proceso democrático ya en declive, sino que además el de la tradición social de una democracia representativa con aspiraciones participativas. Así los sistemas de interpretación cuya función es la integración social y  fundamentados por la institucionalidad política, económica y sociocultural también sufrieron dicha ruptura. De hecho es factible aducir que el sistema de identificación tradicional se encuentra en colapso, dando paso a uno nuevo, en este caso la denominada identidad de resistencia.

Previo a continuar con los aportes sociológicos al presente análisis es preciso entronizar al nivel individual sobre el aparecimiento de este proceso identitario. En este sentido tomando como referencia el golpe de Estado, E. Erikson señala que:

«La naturaleza del conflicto de identidad depende a menudo del pánico latente infiltrado dentro de un periodo histórico. Algunos períodos en la historia se vuelven vacios de identidad a causa de tres formas básicas de la aprensión humana: Miedos despertados por los hechos nuevos, ansiedades despertadas por peligros simbólicos perseguidos vagamente como una consecuencia de la desintegración de las ideologías existentes y el temor de un abismo existencial (Erikson 1987: pp. 13-15) .»   

A partir del golpe de Estado es posible establecer la existencia de estas tres formas de aprensión humana. Estas se manifiestan sobre todo en las actitudes de temor a la exacerbación violenta de lo sucedido, además diversas manifestaciones de ansiedad desbordada por la pérdida de credibilidad en elementos e instituciones simbólicas como la iglesia, partidos políticos, organizaciones sociales etc. y finalmente el temor de la inexistencia de una solución viable al conflicto social y político.

Las formas básicas previamente señaladas interactúan entre sí y con elementos contextuales generando las condiciones individuales optimas para la modificación de ciertos patrones identitarios de índole colectivo, tal como expresa W. Bloom: 

«Un cambio de circunstancias históricas que afectan o amenazan una particular identificación generalizada también afectará y amenazará la identidad de cada individuo dentro de ese grupo. La capacidad de respuesta del grupo dependerá de ciertos límites históricos y existenciales del grupo mismo: Parentesco geográfico, espacio de tiempo pasado junto, clase, etnicidad, religión, ritual. La forma en que el grupo reacciona ante la amenaza de la identidad compartida por sus miembros será determinada por una configuración de percepciones compartidas y comunicaciones comúnmente aceptadas por la naturaleza de la crisis  (BLOOM, 1990: pp.39-40).»

En este sentido el cambio drástico experimentado a partir del golpe por los grupos afines al Gobierno derrocado fue sentido como propio por aquellos actores particulares que se identificaron con dicho proyecto. Tales actores particulares buscaron su distinción en aquellas identidades grupales afines a su identidad individual, constituyendo estos espacios identitarios los límites organizativos es decir individuos específicos identificados como mujeres, jóvenes, etnias, intelectuales etc. establecieron o se apropiaron en este tipo de forma colectiva de identidad. Al igual ocurrió con aquellos cuyo simbolismo o realidad material no se identificaba con ningún otro sector o grupo, tal es el caso de los pobladores.

Lo anterior no es un logro mecánico, más bien, conviene resaltar la relación dialéctica existente entre identidad personal e identidad colectiva. En general, la identidad colectiva debe concebirse como una zona de la identidad personal, si es verdad que ésta se define en primer lugar por las relaciones de pertenencia a múltiples colectivos ya dotados de identidad propia en virtud de un núcleo distintivo de representaciones sociales, como serían, por ejemplo, la ideología y el programa de un partido político determinado (Giménez,  1997: pp.12).

En consecuencia es pertinente estimar el aporte de W. Bloom con la teoría de la identificación, como un cuerpo conceptual que puede ser aplicado al análisis político de fenómenos tales como el surgimiento, en determinadas circunstancias ambientales e históricas, de un sentimiento de identidad nacional (grupal en este caso) compartido colectivamente por la población de un país, así como el dinamismo inherente a este proceso que conduce a un grupo que comparte la misma identidad a actuar conjuntamente para proteger o aumentar tal identidad, según las circunstancias (Barahona,2002:pp.31).   

Esta configuración identitaria está impregnada por un lado de la construcción social subjetiva de la resistencia simbólica y por otro el de la construcción material de un movimiento social de resistencia. Para poder concretar la relación entre ambas es necesario volver al plano sociológico a través de la teoría de los nuevos movimientos sociales articular esta formación particular de resistencia en la acción colectiva y cómo estas interactúan hasta generar una identidad general de resistencia que es expandida y apropiada tanto por actores sociales colectivos como individuos particulares

Cabe señalar que esta identidad tal como la expone W. Bloom no es estática, sino dinámica. Dicho dinamismo en la configuración identitaria debe ser analizado a través de herramientas sociológicas especializadas, para este respeto se hizo acopio a la Teoría de los Nuevos Movimientos Sociales. Este enfoque afirma que la aparición de los nuevos movimientos tiene que ver con las transformaciones fundamentales de la vida societal contemporánea y subrayan que las líneas del conflicto social actual son diferentes a las existentes en la sociedad industrial clásica de aquí que el término nuevos movimientos sociales apunta a una distinción clara entre estos movimientos y los viejos e institucionalizados movimientos de la clase obrera (Jiménez, 2007: pp.15).

Configuración del Estado nación, un ejercicio de exclusión

Para comprender el peso histórico de este hecho político suscitado en 2009, es necesario observar detenidamente el proceso de construcción que ha llevado en los últimos cinco siglos lo que actualmente es conocido como Estado de Honduras. Desde su independencia según M. Barahona Honduras entraba huérfana de las condiciones necesarias para convertirse en nación. Por el contrario, continúa argumentando, heredaba los problemas y características de una provincia que siempre fue secundaria en el imperio americano de los españoles (Barahona, 2002: pp.63). 

En resumen M. Carias señala por lo menos cinco problemas heredados: La falta de integración de sus regiones, la persistente presencia extranjera en su territorio, la debilidad institucional motivada por pugnas entre las dos principales ciudades Comayagua y Tegucigalpa, la pérdida de prestigio de la autoridad, fruto de las excesivas complacencias del periodo anterior y la debilidad del Estado como producto de la desintegración regional y a la falta de poderes uniformizantes, lo que conducía directamente al aumento de la influencia de los poderes locales controlados por las familias más poderosas de la región (Carias s/e: pp.3).

A estos problemas M. Barahona agrega los de la composición racial de la población y la ausencia de un régimen económico integrador en la sociedad postcolonial, heredados ambos del antiguo régimen (Barahona, 2002: pp. 64). En cuanto a la integración económica de esta territorialidad post-independencia, los rasgos contemporáneos más visibles de esta construcción se ubican en el proceso de la Reforma Liberal iniciada en 1876. Este mismo autor en su obra Honduras en el siglo XX sentencia esta como la construcción del Estado Liberal oligárquico, entendiendo esto a partir de las ideas liberales influenciadas por Europa y América del Norte y oligárquico por el carácter exclusivista que solamente incluía a grupos privilegiados.    

Un ejemplo de lo anterior se evidencia en la constitución creada en 1880. De la que M. Barahona afirma lo siguiente:

« La legislación reformista, concibió la conducción del Estado como un derecho reservado a una elite económica, política y social. Las restricciones políticas fueron múltiples; entre otras, la de descalificar como electores políticos a los menores de 25 años, los analfabetas y los pobres. Las mujeres no fueron excluidas explícitamente, pero respondiendo a la tradición, también se les negó el derecho a votar (Barahona, 2005: pp.27-28).»

A lo largo del siglo XX la serie de actores sociales que configuran el Estado hondureño se devinieron en una suerte de estancamiento histórico durante la primera mitad de ese siglo con ligeros brotes nacionalistas y reivindicativos durante ese período. Entre los principales hechos que transcendieron la configuración identitaria nacional o de grupos específicos sobresalen las luchas impulsadas por la visibilización de los derechos de la mujer impulsadas principalmente por Visitación Padilla y Graciela García, la denuncia en contra de la invasión estadounidense en la década del veinte donde sobresale la figura de Froylán Turcios y las acciones organizativas y políticas entre los obreros agrícolas y trabajadores de Manuel Calix Herrera  y Juan Wainwright.

Los elevados niveles de exclusión social a los que estaba sometida gran parte de sectores de la sociedad hondureña contrastaban con los de la élite política y económica que habían construido un Estado a su servicio. Una constatación de ello lo evidencia una declaración de M. Calix: 
«Nosotros los trabajadores no creemos en los congresos de la burguesía, y sabemos que sólo cuando la clase trabajadora sea fuerte en toda forma podrá dar al traste con tanta mugre y conquistar su emancipación, pero los congresos hondureños, por descarados, por infames, por traidores al pueblo hondureño, nos dejan ver algo más en la actual organización, pequeño-burguesa-del Estado. Y ese “algo” es que los trabajadores no debemos confiar en los traficantes que han vendido el suelo de Honduras a los infames imperialistas, que debemos luchar nosotros mismos, los trabajadores hará darnos nuestro propio organismo proletariado, que es capaz de luchar contra los mitificadores políticos (Calix, 1929). »

Existen gran cantidad de acciones  y eventos importantes que coadyuvaron al aparecimiento y distinción del descontento social durante este lapso; no obstante la respuesta de la elites fue la imposición de un régimen dictatorial que gobernó durante 16 años encabezado por Tiburcio Carias Andino. Este Dictador  termino de tutelar ese primer fallido intento a través del modelo primario exportador de configurar un Estado Liberal y dio paso a un proceso reformista donde la identidad de clase sobre todo obrera y campesina tomaron un gran impulso y protagonismo  que perduro aproximadamente unos treinta años.

En este sentido es considerable enfatizar que en Honduras los movimientos sociales tradicionales se remontan a las organizaciones mutualistas creadas en los años 20 por Juan Pablo Wuawright y  Manuel Calix Herrera, este esfuerzo organizativo generó condiciones para que en 1954 ocurriera el principal hito en la historia del movimiento obrero organizado, la Gran Huelga General, sentando las bases para el surgimiento del movimiento campesino y consolidación del movimiento obrero, que hasta las década de los setenta e inicios de los ochenta constituían la vanguardia de las luchas sociales en el país (Lara y Martínez, 2010 : pp.7-8).

Ante la crisis de legitimación social durante el período reformista y aunado al aumento del nivel de conciencia política sobre todo clasista, conllevó a una vanguardia obrero-campesina a proponer a través de la vía revolucionaria la transformación en las relaciones de producción. Sin embargo, como establece M. Armida en la obra Los movimientos sociales de resistencia al neoliberalismo en América Latina estos movimientos tradicionales pierden su beligerancia y fuerza con el colapso del socialismo real. De hecho en Honduras diversos estudios catalogan que el “retorno” a la democracia formal fue producto de un pacto entre cúpulas de los sectores hegemónicamente dominantes sin participación de los sectores sociales antagónicos.

Retomando el foco de atención que concierne a la construcción de la tradición tanto identitaria como del Estado, es factible establecer por un lado la latente inconformidad de amplios sectores sociales con un sistema económico y político excluyente. El mismo ha transitado por diversos procesos de reforma en los que los sectores excluidos con excepción de la década de los cincuentas ha sido relegado a simple espectador, tanto por  factores relacionados al cierre de los espacios políticos por parte de las élites hegemónicas como por la desarticulación propia y carencia de propuesta viable para la negociación de un verdadero pacto social.

Golpe de Estado y ruptura de la tradición

La histórica hegemonía de las elites políticas, económicas y sociales configuraron un Estado a su imagen y semejanza. Esta construcción histórica se caracteriza por sistemas interpretativos políticos garantes de legitimación del Estado Liberal burgués. Este sistema político era sostenido bajo la lógica del bipartidismo, es decir dos partidos que devenían en una lucha de pesos y contrapesos que garantizaban por la vía electoral la gobernabilidad, creando a su vez un sistema político oligárquico y plutocrático.       

De antemano se parte de la premisa de que la crisis política hondureña estalló con el Golpe de Estado del 28 de junio del 2009, rompiendo con la institucionalidad democrática fundada en el pacto de elite de 1982, evidenciándose como una crisis de hegemonía de la elite dominante. Es decir, como la confesión por esta misma elite de la pérdida de control sobre los mecanismos que hasta ese momento habían asegurado su dominación. Se trató de una ruptura conservadora del sistema político al viejo estilo de “golpe militar” de los años 60 y 70, contrario a la tendencia contemporánea predominante en la región latinoamericana de rupturas para el cambio llevadas adelante por movimientos sociales y políticos progresistas en el marco de las democracias electorales (Irías y Sosa, 2009: pp.8)

Otro elemento que los autores previamente citados señalan le aporta particularidad a la crisis hondureña, es que la crisis política coincide y se traslapa con la crisis económica mundial que a mediados de ese mismo año ya había generado aproximadamente más de 100 mil nuevos desempleados, en su mayor porcentaje en el sector formal de la economía. Además de la ruptura conservadora de la institucionalidad democrática, esta crisis se caracterizó por el estallido de la protesta social masiva, políticamente diversa y sectorialmente incluyente que logró instalarse en toda la geografía nacional (Irías y Sosa: 2009 pp.9).

La coincidencia de la crisis económica mundial y de la crisis política nacional, complementada con la irrupción en la historia de la protesta impugnadora de grupos sociales subalternos, hasta hace poco firmes creyentes de la democracia electoral a la imagen y semejanza de la elite dominante, planteó una probable “crisis orgánica del sistema de hegemonía”. En lo concerniente al sistema económico establecido hegemónicamente, el golpe de Estado y la sucesión del régimen profundizaron la implementación de medidas neoliberales, como alternativa de perpetuación y validación de su proyecto de dominación.

Por otra parte justo en el mes anterior del golpe contra el presidente Zelaya se formó una coalición entre diferentes organizaciones no gubernamentales, empresarios, partidos políticos, la iglesia católica y los medios de comunicación, denominada la Unión Cívica Democrática. Su único propósito era derrocar al presidente Zelaya para impedir que abriera el camino a una Asamblea Constituyente que permitiría a sectores excluidos a participar en su proceso político.

La UCD se compuso por organizaciones como el Consejo Nacional Anticorrupción, el Arzobispado de Tegucigalpa, el Consejo Hondureño de la Empresa Privada COHEP, el Consejo de Rectores de Universidades, la Confederación de Trabajadores de Honduras CTH, el Foro Nacional de Convergencia, la Federación Nacional de Comercio e Industrias de Honduras Fedecámara, la Asociación de Medios de Comunicación AMC, el Grupo Paz y Democracia y el grupo estudiantil Generación por el Cambio (Allar y Golinger, 2009: pp.126). .

Hasta antes del golpe estas organizaciones consolidaban en gran medida el instrumento de legitimación social históricamente elaborada por las elites dominantes. Sin embargo este evento ocasionó lo que J. Habermas consigna como una “ruptura en la tradición”, ya que  la diversidad de sectores socialmente excluidos comenzaron a desconocer cómo sus representantes a tales instituciones, organizaciones e individuos  que inmediatamente pasaron a denominarse como golpistas. Así el sistema hegemónico de legitimación social pactado entre las elites se quebrantó en su superestructura simbólica.  

En cuanto al sistema político es evidente el debilitamiento de la capacidad de cohesión ideológica de la elite dominante, la disgregación de uno de sus partidos mayores (el Partido Liberal) y la organización potencial de la disidencia popular y política sumando a miles de nuevos descontentos con el sistema actual configura una recomposición estratégica de la “contienda democrática”. Además es evidente según sondeos políticos el aparecimiento de “out-syders” que tendrán como objetivo salvaguardar este sistema de dominación política.

Teniendo en cuenta los puntos anteriores,  J. Irías y E. Sosa concluyen que no resulta difícil entender que el origen del golpe de Estado y la crisis política actual radica en los intentos del Presidente Zelaya de reformar el Pacto de Elite de 1982. Esta reforma apuntaba a trascender de la democracia representativa a la democracia participativa; reformar los artículos pétreos y la misma Constitución a través de una Asamblea Nacional Constituyente; así como generar una nueva alianza de poder entre el liberalismo “melista”, el movimiento popular y grupos políticos de izquierda (Irías y Sosa, 2009: pp.46-47).

De este modo el poder social integrativo del que J. Habermas expone se vino a bajo de la noche a la mañana. Por consiguiente enormes sectores sociales, políticos y económicos se desprendieron de su distinguibilidad homogénea que estableció la elite hegemónica en los últimos 120 años, proceso que fue acompañado de la construcción de una nueva distinción colectiva. Debido al sentimiento de identificación con el proyecto del mandatario Zelaya estos diversos sectores hasta entonces excluidos de la toma de decisiones se resistieron al golpe, constituyendo inmediatamente un Frente común de resistencia que aisladamente era articulado por individuos como organizaciones y sectores que se apropiaron del objetivo común de reclamar la restitución del orden constitucional y la Asamblea Constituyente.     

Construcción  individual de la identidad de resistencia

Para comprender en mayor profundidad esta ruptura que tributa en el surgimiento de esta nueva forma de distinción, es preciso analizar previamente el concepto de control social, ya que es desde este enfoque el punto de partida en el que T. Parsons sitúa la articulación social tanto a nivel estructural como individual. En este sentido el autor en mención concibe el control social en contraposición a las tendencias que apartan del orden de un determinado sistema, definiéndolo como:

«Aquellos procesos en el sistema social que tienden a contrapesar las tendencias desviadas (Parsons, 1951: pp.197).»    

De esta manera T. Parsons se refiere al control social como el estado de equilibrio del sistema, lo que supone a nivel social el funcionamiento de las estructuras normativas como los valores y las normas sociales, mientras  a nivel individual la motivación hacia el conformismo social. (Baró, 2005, pp.144). Entrando en el tema estipulado es posible señalar que las normativas históricamente socializadas por los sectores hegemónicos se vieron tambaleantes ante la pronta ruptura social que se trasladó al plano individual, de allí que los sectores denominados como golpistas recurrieran al argumento del respeto a la Constitución de la República como principal pretexto para justificar los actos cometidos.

Otro sector hegemónico como las cúpulas religiosas y los medios de comunicación masivos lanzaron sus campañas de control a partir del plano individual, es decir tratando de que la ciudadanía aceptara como natural lo que ocurría, haciendo sentir conforme con la violencia sucintada a partir del golpe de Estado y justificándola en función del llamado a la normalidad.
De hecho, este método de control surtió sus efectos en sectores de capa media y vinculados directamente aquellas estructuras sociales dedicadas a esta función tales como la iglesia, sistema de justicia, policía, fuerzas armadas y miembros de los sectores empresariales.  

Por otra parte otros importantes sectores vinculados a sectores populares y pobladores no organizados, pero adscritos ideológicamente a diversidad de pensamientos religiosos, políticos y en menor escala clasistas rompieron ese control al que históricamente se encontraban sometidos. Dicho rompimiento transitó por las etapas descritas por E. Erikson al respecto. Esta tipología basada en miedos despertados por los hechos nuevos, ansiedades despertadas por peligros simbólicos perseguidos vagamente como una consecuencia de la desintegración de las ideologías existentes y temores de un abismo existencial forjó los fundamentos de esta nueva forma identitaria a nivel psicológico.

Esta combinación de miedos, ansiedades y temores existenciales desembocaron en acciones individuales manifestadas en repudio, desencanto, deslegitimación y no aceptación de lo ocurrido, así como del régimen implantado. Además de las actitudes antes descritas que se manifiestan a nivel individual en el plano psicológico, las mismas en buena parte de los afectados por los hechos ocurridos lograron proyectarse al plano material con acciones  especificas que fueron desde la incorporación inmediata a las estructuras organizativas nacientes, actividades de protesta pacifica, boicot y movilizaciones por la restitución del Gobierno derrocado y la convocatoria a un nuevo pacto social.

Esta configuración de la nueva identidad emergente con rasgos de un nuevo ciudadano critico, político y activo socialmente es refrendada por I. Varó en su tipología de caracterización de la identidad personal: En primera instancia esta referida a un mundo, segundo se afirma a la relación interpersonal, tercero es relativamente estable y por último es producto tanto de la sociedad  como el de la acción del propio individuo (Varó, 2005: pp.121). Es así que a la par en que se desconfigura esa tradición de la perdida del control social establecido hegemónicamente se reconfigura una nueva identidad en primera instancia personal y que trasciende en segunda al plano social.

De la resistencia individual a la resistencia colectiva

Posterior a la ruptura de la tradición, se aprecia un sentimiento de exacerbación por un sector de la sociedad hondureña, mientras por otro se visualiza un afincamiento de patrones de arraigo a la ideología dominante. Además de estos dos sectores que identitariamente pueden distinguirse como antagónicos emerge un tercero en el centro de este espectro de visón del Estado. Este tercero se caracteriza por su ambigüedad ideológica, es decir no se sitúan ni de un lado ni de otro, responden a valores influenciados por el post-modernismo como la individualidad y el consumismo o en su defecto aquellos emanados del conservadurismo religioso.

Esta visibilización de polarización de la sociedad hondureña atomizada inicialmente por los factores señalados en el apartado anterior solamente podría proyectarse a través de su articulación a gran escala. Retomando a W. Bloom bajo este nuevo contexto que deparaba un cambio de circunstancias históricas, es predecible que este afectara o amenazara la particular identificación generalizada y por consecuencia afectará y amenazará la identidad de cada individuo dentro de ese grupo.

Ante esta situación sobre todo los dos sectores más polarizados de la sociedad optaron por agruparse con aquellos a fines a sus elementos identitarios o alrededor de los objetivos materiales compartidos. De esta manera siguiendo los aportes de W. Bloom es pertinente estimar que la capacidad de respuesta del grupo dependió de los límites históricos y existenciales del grupo mismo. De hecho un grupo socialmente caracterizado por su exclusión política, social y económica optó por declararse en resistencia frente al orden establecido, mientras otro se plegó a estos intereses y se constituyo como los defensores del golpismo.  

La amenaza de la crisis provocó que diversos sectores sociales, políticos, y económicos que no convergían hasta previos al golpe confluyeran. Esta confluencia fue la respuesta articulada que estos sectores organizados encontraron como respuesta ante la amenaza existencial que el régimen oligárquico llevaba a cabo. Consecuentemente al resistirse ante este régimen no solamente se resistía como individuos, sino también la diversidad históricamente invisibilizada trataba de preservar y reproducir su propia identidad.
   
Lo antes estipulado toma mayor importancia si es comparado con los problemas históricos heredados por el Estado hondureño expuesto por M. Carías desde su colonizaje. La crisis política derivada del golpe de Estado evidenció el histórico obstáculo de la total falta de integración de sus regiones. El ejercicio de resistencia desencadenó una suerte de autoorganización regional en la que por encima de una distinción homogeneizante de resistencia generó ciertas articulaciones como las denominadas Resistencia Olanchana, Resistencia Noroccidental, Resistencia Santa Barbarense etc. Es más, este suceso acerco a varios hondureños que viven fuera del país devolviendo ese sentido de pertenencia e identidad con algo.

La interacción cotidiana post-golpe estableció vínculos de fraternidad y camaradería entre quienes compartían los principios de resistencia que como afirman ellos mismos:

«Redujeron las distancias y nos acercamos, conocimos e intercambiamos tanto así que rompimos las fronteras políticas que nos dividían (Martínez, 2011; énfasis propio).»
                                   
En cuanto al tema de la presencia extranjera en el país, es indispensable establecer el significativo repudio de amplios sectores en resistencia hacia diversos personajes de ascendencia árabe, palestina, italiana y judía. Estos son vinculados directamente tanto al golpe de Estado como al control de los medios de producción, partidos políticos y que en definitiva han controlado y configurado el Estado oligárquico al que los sectores en resistencia se oponen. Además en el ámbito militar y político se extendió una dinámica de resistencia antiimperialista, situando en el centro del repudio la intervención estadounidense en pro del golpismo.

Esta percepción de rechazo ante estos sectores identificados plenamente con el golpismo tributó en un nacionalismo o como establecen varios sectores dentro de la resistencia el Proyecto de Refundación del Estado. Esta propuesta nacionalista y de carácter refundacional encaja perfectamente con el insalvable problema señalado por M. Carías de la debilidad institucional, quedando plenamente manifestada durante esta crisis. A pesar del orden democrático pactado en 1982 por las élites nunca fue respetado por las mismas conllevando a recurrentes acciones de protesta y movilización social que dieron sustancial valor organizativo y de denuncia al movimiento posteriormente encaminado. 
 
Uno de estos intentos de liberar la institucionalidad secuestrada se engendró en 2008. A partir del día 07 de abril un grupo de fiscales del Ministerio Público, iniciaron una Huelga de Hambre, exigiendo la reactivación 16  de los casos de corrupción de mayor trascendencia en el país,  la aplicación de la ley en los mismos y separación de los funcionarios-as implicados de sus cargos. Además la Huelga tenía el fin de denunciar y oponerse a las medidas tomadas por el entonces Fiscal General, Leónidas Rosa Bautista, encaminadas a perpetuar la impunidad y favorecer a los imputados quienes pertenecían a las élites políticas y económicas del país (Lara y Martínez,2010:pp.11)
     
Conjuntamente a la debilidad institucional, otro elemento estipulado por M. Carías y  catalizador del descontento social e impulsor de esta nueva conciencia de resistencia que identifica a  gran parte de la población organizada y no organizada fue la poca confianza y negativa percepción de las autoridades tanto civiles y militares. De hecho para el año 2010 los indicadores oficiales de Transparencia Internacional al respecto mostraban un Índice de Percepción de Corrupción IPC de 2.4 situando a Honduras en la posición 134 de 174 paises abordados ( Transparencia Internacional, 2010: pp.9). Lo que representa una alta desconfianza por parte de la población acerca de la gestión de sus funcionarios públicos.  

Otro problema resaltado por M. Carías era la falta de poderes uniformizantes, razón por la cual desde proceso de Reforma liberal de 1876 se pretendió generalizar una identidad nacional derivada de la influencia de los poderes locales controlados por las familias más poderosas de las regiones. Esto contrastó directamente en la ruptura del 2009, ya que este método de socialización y homogeneización fundamentada en una ideología liberal conservadora, mítico religiosa y conformista canalizado a través de los medios de comunicación, iglesia y sistema educativo no satisfacía las demandas latentes y por lo contrario las invisibilizada.

Por concerniente este método de control social basado en la homogenización fracasó; no obstante como previamente fue señalado sectores conservadores aliados al golpismo procuran su continuidad. Por lo contrario los sectores en resistencia procuran la construcción de una identidad alterna basada en la diversidad, entendiendo que las y los hondureños son heterogéneos. Estas diferencias se manifiestan en todos los ámbitos de la vida social, económica y política partiendo de la clase, ideología, etnicidad, edad, género, preferencia sexual, especialidad laboral etc. De allí que la propuesta emergente de este movimiento parte de la integración de las diversidades, aceptando tales diferencias, procurando su articulación al refundar el Estado. 

A los problemas señalados por M. Carías se agregan los identificados por M. Barahona. En este sentido la falta de una composición racial predominante desembocó en el mestizaje de la sociedad hondureña. Dicha proporción de la población originaria quedó diezmada al grado de  que según datos del último censo en 2001, estimaban que la población indígena y afro hondureños representaban el 7.2 por ciento de la población del país (FAO, 2008: pp33). No obstante en la actualidad existen estimaciones controvertidas que ubican en un 20 por ciento dicha población para el año 2007 o, en términos absolutos, 1.5 millones de habitantes de los 7.6 millones hondureños hasta esa fecha. (Faúdez y Valdés, 2011: pp.7).

El otro gran problema enfatizado por M. Barahona era la ausencia de un régimen económico integrador en la sociedad postcolonial, heredados ambos del antiguo régimen. A pesar de los intentos políticos de establecer regímenes integradores desde 1876 los mismos han generado simultáneamente una suerte de inclusión y exclusión social. Un caso de estos lo constata la aplicación del modelo Primario Exportador basado en la producción de enclave, el que produjo un sector regional medianamente dotado de factores de producción, pero otro amplio donde campeo la pobreza, herencia que continuaría con la implementación del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones.

Esta búsqueda de integración careció de un proyecto político, económico y social derivado de procesos internos de pacto entre los diversos actores sociales y por lo contrario estuvieron influenciados hasta el nivel de ser impuestos por determinaciones externas que encontraban aliados al interior en los sectores oligárquicos. La mayor expresión de lo señalado lo constata la implementación del neoliberalismo, modelo que procuraba articular los factores de producción en virtud de la lógica del mercado, lo que en consecuencia conllevó en primer lugar a la consolidación de una elite oligárquica y en segunda al socavamiento de amplios sectores populares (Martínez, 2010: pp.3).

Frente estas dos manifestaciones derivadas de la implementación del neoliberalismo en el país, L. Martínez plantea el resurgimiento de la conflictividad social a partir de las contradicciones propias del modelo, pero con ciertas particularidades:

«Ante el panorama desolador en el campo político, económico y social; fueron las contradicciones internas del neoliberalismo las que en primera instancia promovieron el desaparecimiento casi definitivo del movimiento popular hondureño. A la vez que, fueron las que generaron nuevas condiciones para que germinaran otros conflictos derivados de su política avasalladora, con nuevos actores sociales y/o actores reciclados de la vieja tradición obrero- campesina (Martínez, 2010: pp.5). »

Lo que se desprende en definitiva de lo previamente señalado es que ese hilo integrador señalado por M. Barahona tampoco fue encontrado con la aplicación del  neoliberalismo, sino todo lo contrario generó en aproximadamente 20 años de implementación una serie de descontentos sociales que se manifestaron en elevados niveles de desilusión con la democracia pactada años atrás, altos índices de pobreza y el desmantelamiento de la poca institucionalidad existente en el país. Todo ello repercutió en una serie de eventos sociales caracterizados por la manifestación pública entre los cuales J. Lara y L. Martínez señalan como las más trascendentes las acciones de la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular CNRP, la Huelga de Hambre de los Fiscales y las reivindicaciones ambientalistas de diferentes organizaciones (Lara y Martínez, 2010: pp.10-11).

Aparte de analizar la crisis neoliberal, las líneas previamente abordadas dejan entrever la hasta antes del 2009 existente lucha social; sin embargo lo que diferenciaba esta de la posterior al golpe de Estado es que la misma no tenían un carácter global de las reivindicaciones es decir cada sector involucrado en los procesos de protesta lo hacia en función de sus reivindicaciones particulares, gremiales o comunales. Mas no se puede obviar que estos procesos coadyuvaron de manera significativa al progresivo desarrollo de una conciencia critica del estatus quo.

De hecho es factible estimar que a la ruptura de la tradición del 2009 se puede agregar como catalizador de la generación de esta identidad alterna los procesos históricos de lucha previamente estipulados. De esta manera el disgusto latente en gran parte de la sociedad hondureña desbordó con el hecho del golpe de Estado, evento que marcó un rompimiento en el modelo de control social históricamente establecido desencadenando una reconfiguración identitaria de los afectados que buscaban las formas de canalizar esta serie de frustraciones. Las mismas solamente podían ser canalizadas como indica  W. Bloom  a través de una  identidad dinámica.

Resistencia: Una identidad dinámica

La expresión dinámica de esa respuesta suscitada a partir del rompimiento de la tradición se catalizó en función de una sistemática manifestación de repudio ante lo ocurrido. El desbordante descontento solamente podía ser encausado en primera instancia en función de la distinción del culpable, mientras en segunda instancia se podía lograr a medida en que se identificaran los actores que compartían dicho sentimiento. Es así que inicialmente de manera desorganizada y casi anárquica grandes cantidades de hondureños se volcaron a las calles protestando en contra de los militares como principales actores del quebrantamiento.

Eran incalculables la cantidad de personas protestando, de igual forma incalculables los sectores sociales y políticos a los que pertenecía. Consecuentemente la articulación inicial de ese proceso de protesta pública nunca antes vista en el país fue complejo, tanto así que del mismo fervor interno de sus integrantes apareció el mote de Resistencia como elemento identificativo ante el otro que fue como se ha establecido previamente identificado como el golpismo.

La incorporación de los diversos actores sociales a esta emergente confluencia, a diferencia de las tradicionales impulsadas por obreros y campesinos fue a partir de los principios de autonomía y horizontalidad. Esto quiere decir que a diferencia de la vieja tradición organizativa verticalista donde una vanguardia establece los parámetros de incorporación, el emergente espacio de resistencia se convirtió en un articulador en el cual organizaciones y sectores confluían en un objetivo, donde no se establecía marcadamente una vanguardia elitista y su autoorganización devenía de esfuerzos autónomos de cada sector u organización al interior del mismo.

El sólo hecho del aparecimiento de un tipo de espacio como este, con características de inclusión, apertura y horizontalidad significaba un hito sin precedente en la historia social y política del país. Además dicho surgimiento rebasó muchos parangones de análisis tradicionalistas fundamentados especialmente en las concepciones clasista de la lucha social o en aquellos funcionalistas  que enfatizan el poder de las estructuras y la institucionalidad por sobre los individuos y las colectividades. En este sentido es enriquecedor enlazar los aportes de W. Bloom a los de la tradición identitaria de los nuevos movimientos sociales para captar con mayor intensidad la interacción y los resultados derivados de este tipo de acción colectiva.

W. Bloom establece entre sus supuestos teóricos para explicar la configuración de una identidad colectiva que con el propósito de obtener seguridad psicológica, cada individuo posee una capacidad inherente para internalizar o identificarse con la conducta, costumbres y actividades de figuras significantes en su medio social; la gente busca identidad activamente y por otra parte, cada ser humano tiene una capacidad inherente para aumentar y proteger las identificaciones que él o ella han hecho.(Bloom, 1990: 23).

De este modo a través de la autoorganización incipiente conocida como resistencia, a lo largo del país se suscitaron varias acciones de protesta que conllevaron a gigantescas movilizaciones en 2009 como las del 5 de julio, 12 de agosto, 21 de septiembre; en 2010 las del 27 de enero, 15 de septiembre etc (Martínez, 2011; énfasis propio). Durante el tiempo en que perduró lo crítico de conflicto todos aquellos sectores e individuos autodominados resistencia o en resistencia mostraron un sentimiento de solidaridad y compromiso con el otro, internalizando de este modo  sus intereses y anhelos con los del camarada, compañero o correligionario que sufría una situación similar a la de él.

A medida en que la gente se incorporaba y activaba en las diversas acciones de resistencia, también  iba configurando a partir de sus valores, anhelo y costumbres ese nuevo significado que le daba a su existencia política y social. Dicha construcción era percibida como aceptable por otros individuos, lo que generaba una distinción colectiva ante otro sector que defendía la tradición vigente y entendida como fallida por quienes procuraban y defendían está, más participativa e inclusiva. Simultáneamente esta nueva identidad era reproducida y defendida por quienes la ostentan y la vuelven antagónica ante la hegemónica.
           
La resistencia como un nuevo movimiento social    

Pese a la configuración simbólica de una forma alternativa de percibir la realidad y de distinguirse ante quienes la percibe tradicionalmente, los alcances de este proceso no podían ser mayores, debido a una serie de factores previamente señalados por M. Caria. Por lo que a diferencia de pasados procesos de homogenizar la identidad del hondureño, el presente proceso giró en torno a la acción colectiva, subyacente en la ruptura de la tradición política y social generada por el golpe de Estado que a su vez desencadenó en la gestación de un movimiento social articulador que con una lucha material como lo era la restitución y la Asamblea Nacional Constituyente recogió esta serie de elementos simbólicos.

Esta forma de acción colectiva se estableció con particularidades difíciles de comprender a través de métodos tradicionales de análisis. De esta manera es importante resaltar cada una de  las especificidades que amalgaman la constitución de este movimiento con la configuración de una identidad alternativa. Entre las características transcendentales destacan la inclusión y la participación de los actores sociales históricamente excluidos por la tradición hegemónica.

Inicialmente J. Irías y E. Sosa establecen que el marco ideológico de este movimiento es la lucha por la democracia:

«El Frente Nacional de Resistencia es un movimiento que reivindica la lucha por la democracia, no es un movimiento que postula la lucha por el socialismo, la liberación nacional u otro tipo de reivindicación política. Sus banderas han estado claramente delimitadas, por la restitución del orden constitucional y del derrocado presidente José Manuel Zelaya Rosales. En el fragor de la lucha, fue adquiriendo “carta de ciudadanía” la bandera de la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente para que apruebe una nueva Constitución de la República (Irías y Sosa, 2009:pp.33-34).»

Esta nueva Constitución, aunque no existe hasta el momento una propuesta clara, pero a partir de los discursos de diversos sectores populares, es fácil deducir que se aspira con la Constituyente y la nueva Constitución a una democracia participativa, a la ampliación de los derechos de los indígenas, de las comunidades, de las mujeres, de los jóvenes, etc. Y en general, a una sociedad mucho más incluyente social y políticamente.

Para J. Irías y E. Sosa el naciente movimiento de resistencia que globalmente tomó el membrete de Frente Nacional de Resistencia Popular FRNP presenta una serie de características propias de un nuevo movimiento social. En términos de métodos y estrategia política, es un movimiento de carácter democrático, postula la lucha por medios pacíficos y la perspectiva de la lucha en la arena electoral. Es un movimiento amplio en cuanto a los sujetos que lo constituyen, y como se advirtió con anticipación carece del sujeto vanguardia.

Además es un movimiento que se articula sectorial y territorialmente, debido a la amplitud y diversidad, este logró articular a las fuerzas populares tanto socialmente como territorialmente. Articula obreros, maestros, jóvenes, estudiantes, amas de casa, organizaciones indígenas y étnicas, campesinos, etc. ; pero también se ha articulado territorialmente a través de las regiones, municipios y comunidades.

Otras características visibles en su formación son las de una conducción con mayores grados de descentralización y autonomía. La toma de decisiones de forma mucho más horizontal y democrática, la renovación y surgimiento de nuevos liderazgos, así como pocos y concretos ejes de articulación. Por otra parte el surgimiento de este movimiento ha establecido el fin de viejas formas de lucha y el surgimiento de nuevas, también queda de manifiesto el celo por la autonomía política del movimiento.

Como es sabido, un factor esencial para la construcción de la identidad colectiva es la memoria histórica. En este orden de ideas la articulación del FNRP más allá del espontaneísmo muestra la presencia del acumulado histórico. Si se analiza en sus detalles la configuración de los actores que conforman la Resistencia, se advertirá que la misma es un encuentro de una diversidad de actores que han estado presentes en las luchas populares del país, por lo menos en las últimas tres décadas.

Los autores citados con anterioridad apuntan que entre los principales líderes de la Resistencia se encuentran obreros que estuvieron presentes en las luchas sindicales de los decenios de los años ochenta y  noventa, y ex –líderes del movimiento campesino. Así como, mujeres que en las últimas dos décadas han luchado por los derechos de las mujeres y la equidad de género (Irías y Sosa, 2009:pp.39). En la Resistencia se adhirieron organizaciones indígenas y étnicas, que libraron importantes luchas en el decenio de los años noventa, y a una variedad de movimientos comunitarios y regionales que se han nutrido de la sedimentación histórica del trabajo realizado por las organizaciones campesinas y el trabajo de base de la Iglesia Católica.

Así mismo el FNRP es nutrido por los maestros, que fueron en las primeras semanas la columna vertebral de la Resistencia, sobrevivientes de las políticas neoliberales de los años noventa y dos mil. Además se incorporaron grupos que sobreviven de los movimientos estudiantiles universitarios y de secundaria y se sumaron gran cantidad de ciudadanos sensibilizados en derechos humanos, ciudadanía e ideas democráticas.

En definitiva es un movimiento que logró construir una identidad global, pero a la vez preservando y recreando las identidades particulares. Uno de los factores clave del FNRP, es que logró construir una identidad nacional y global única que incluso trascendió al mismo movimiento. En este sentido se refiere al hecho de que denominarse: “ser de la resistencia”, “soy de la resistencia” o “estar en resistencia”, se convirtió en algo muy cotidiano de amplios sectores de la sociedad hondureña. Pero a su vez, los diferentes sectores sociales buscaron diferenciarse y articularse asumiendo la identidad global, pero adaptándola a su sector específico, reclamando su visibilidad.

Así fue posible encontrar dentro de la estructura y fuera de la misma sectores que se autodenominaban como por ejemplo “Resistencia Liberal”, “Resistencia Universitaria”, “Mujeres en Resistencia”, “Feministas en Resistencia”, “Juventudes en Resistencia”, “Resistencia de Santa Bárbara”, “Resistencia de Choluteca”, “Resistencia de Occidente”, “Resistencia Lenca”, etc. Es decir, se produjo una fusión de una identidad global que se mezcló con las identidades particulares sectoriales y territoriales.

Retos y posibilidades para la configuración de una identidad nacional alternativa

La construcción social de la identidad de resistencia no solamente ha sido un trabajo unidireccional. Mas bien los individuos como tales y las organizaciones han reproducido estas ideas de carácter liberador, progresistas, antiimperialistas etc. en detrimento de la postura oficialista encabezada por el régimen que ostenta el poder, las elites oligárquicas y los agentes de socialización. La visión que se tiene de la resistencia por parte de quienes todavía reproducen la identidad tradicional es negativa, tildando a quienes se encuentran en resistencia como vándalos, terroristas, comunistas e inadaptados etc.

En gran medida esta proyección de una imagen negativa por parte de las elites de poder se da a través de los llamados cercos mediáticos. Tales cercos consisten en el manejo oligárquico de los medios masivos de comunicación para difundir su versión de los hechos es decir su ideología y su forma de sentir, pensar y actuar. Desde esta perspectiva todo aquello que contradiga  la versión hegemónica  es negativizado, así la percepción de la resistencia como identidad por parte de quienes se encuentran atrapados por estos cercos mediáticos e intereses de clase es atentatoria a sus “intereses”, ya que ellos se encuentran alienados o en otras palabras defienden intereses ajenos a su condición de clase.

No obstante E. Erikson estima que la identidad negativa es la base para la recuperación. Si se retoma este postulado M. Montero lo amplia  afirmando que:

«La desalienación de la imagen comienza por el reconocimiento de la presencia alienada en los individuos sujetos a ella. Es necesario conocer la calificación y asumir la negatividad como impropia, para poder reaccionar contra ella (Montero, 2004: pp.80).» 
     
A partir de este postulado se evidencia el primer gran reto de este movimiento identitario. El de asumir los embates sistemáticos de los adversarios, aceptando que los mismos no son propios de su identidad y posteriormente rebatiéndolos tanto a nivel intelectual como social. Al respecto se perciben logros sustanciales sobre todo entre los sectores de campesinos, indígenas y jóvenes, ya que a lo largo del 2011 por ejemplo los estudiantes de secundaria del sector público han emprendido importantes campañas de lucha en contra de la privatización de la educación, generando espacios de lucha que los mismos han denominado Frente de Lucha Estudiantil Revolucionaria de Honduras  FLERH, organización incipiente adscrita  al espacio de juventudes en resistencia (Martínez, 2011; énfasis propio).

Así como esta experiencia juvenil los diversos sectores representados y militantes del FNRP han asumido activamente esa identidad de lucha. Dicha identidad surge del clamor popular y no es que no existía, lo que sucedía es que se encontraba encapsulada por otra hegemónica que difundía valores, formas de pensar, sentir y actuar propios y en pro de la reproducción de los intereses de la elite oligárquica del país, así como de los de sectores imperialistas transnacionales. Este sistema de identificación sometía al otro que se encontraba latente y lo catalogaba como identidad negativa.  

Para transformar esta identidad, la Resistencia como sistema identitario dinámico debe superar una serie de pasos sistematizadores del proceso transformador tipificados según M. Montero por: Los sujetos identificados negativamente asumen alienadamente su imagen, los cambios en el nivel macrosocial producen crisis en el sistema social que se traduce en crisis de identidad grupal, la propia contradicción entre acción del grupo y los productos de ella generan fricciones (Montero, 2004:pp.80-81). En síntesis el proceso de socialización alterna hegemónico debe pasar por la construcción de un bloque contracultural como lo expresa A. Gramsci que dispute tanto a nivel simbólico como material, es decir en las calles ese espacio identitario.

Esta misma autora aduce que esta misma crisis permite que los miembros de los grupos puedan contrastar la negatividad de su identidad, con la positividad de otras imágenes. Estas imágenes deberán ser los principios articuladores de este proceso de resistencia, la imagen de un hondureño puericultura, un joven incluido, una mujer en espacio de decisión un proletario participante de los grandes eventos políticos y económicos etc. Se asume entonces la identidad negativa y la imagen consecuente, ya no de una manera alienada, sino critica y de esta manera comienza la transformación que puede llevar a una desalienación de la identidad, o a la sustitución por otra.

Este proceso puede ser exitosamente conducido si el mismo es articuladamente incorporado al proceso de institucionalización del FNRP. Esto quiere decir como señala diversos autores entendidos en materia sociológica que todo movimiento termina cuando se institucionaliza. La conversión del FNRP en un Frente Amplio de Resistencia Popular FARP depara un importante reto tanto para los ideólogos como los lideres de esta instancia para profundizar este proceso de transformación iniciado en 2009 o por otra parte canalizarlo por la vía institucional  para que pierda su carácter transformador, estrategia esta última impulsada por los sectores oligárquicos e imperialistas.

Al mismo tiempo la decisión de disputar el poder político a través de un proceso electoral constituye una inmensa oportunidad de institucionalizar esta identidad alternativa, en el caso de obtenerse. No obstante, el solo hecho de participar como fuerza opositora tanto a nivel político como cultural ya deviene en una crisis simbólica entre la hondureñidad. De allí que la disputa del poder trasciende el plano político situándose en el nivel identitario y por consecuente los próximos años se verán colmados de luchas en diversos sistemas que en definitiva tributaran si no a mediano plazo a largo en un nuevo hondureño con características diferentes a las del siglo XX e inicios del XXI.
   
El sostenimiento de un espacio tan heterogéneo como el FNRP y su brazo político el Partido Libertad y Refundación LIBRE es complejo. La dificultad de fusionar agendas de sectores políticos marginados por las elites y de los sectores sociales históricamente excluidos de la toma de decisiones y repartición de la riqueza, según varios expertos pueden ser atajada por la construcción de una agenda mínima de compromisos y acciones en la que se concreten las aspiraciones de ambos sectores. Este trabajo podría si no hacerse más fácil, pero sí allanar el camino para el mismo al incorporar el sentido de identidad a cada uno de los actores y organizaciones integrantes y afines a los principios de resistencia.  


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